jueves, 16 de junio de 2016

HORMONAS Y FESTIVALES INFANTILES

No hay nada peor que ir a un festival infantil con síndrome premenstrual. Son dos conceptos que por separado ya dan arcadas. Que el cosmos se confabule contra ti para hacerlos coincidir en el calendario y ponerte a prueba … es una puta burla, a mi que me perdonen.

Os pondré en antecedentes: un día Little Princess vino pidiendo que porfa porfa porfa la apuntáramos a patinaje sobre hielo porque molaba taaaaaanto que no podía soportar no hacerlo “me muero del disgusto si dices que no, ¿eh mami?, porque papá ya me ha dicho que sí”. Ah, pues muy bien, si vosotros ya lo habéis decidido, ¡quién coño soy yo para opinar! ¡adelante por favor!.  Mi ex-marido tiene la bonita costumbre de prometerle cosas a la niña antes de consensuarlo con la persona que la trajo al mundo, pero en fin, eso es otra historia que será contada (o mejor dicho, escupida) en su momento. Ese post dedicado al gratificante mundo del divorcio tendrá que ser escrito cuando los niveles de bilis se hayan equilibrado o saldrán llamas de la pantalla.
Volviendo al tema:  después de llevar y traer a la enana a las puñeteras clases de patinaje durante todo el año, me entero por mi ex de que va a haber festival de fin de curso. Otro. Y maldita la gracia, porque de momento ya me he tragado dos festivales del colegio, otro de ballet, un concierto haciendo chinpuns con los jamelgos de su clase (va a un colegio musical), una cantanta en el Auditori y dos fines de semana confraternizantes con padres e hijos. Todo esto en el último mes y medio, y todavía me falta un segundo concierto de chinpuns y la fiesta de cumple, porque para acabarlo de redondear, mi niña cumple 11 años a finales de este mes. Llamadme borde, antisocial o mala madre … pero yo ya estoy que me subo por las paredes. Antes pensaba que mi problema era con según qué padres. Después me di cuenta de que también había algún niño que me caía francamente mal. Y ahora ya constato que el problema debo ser yo:  ya no aguanto a nadie, ecuánime y equilibrada como solamente una Virgo puede ser, odio a todos por igual. A veces entiendo a Sincopada cuando decía que había abrazado la misantropía sin contemplaciones … que razón tenías, amiga.
Total, que durante días, acaricio suavemente cual gato de angora la idea de hacerme la sueca y no darme por enterada, “éste que se lo coma papá querido”. Pero no va a poder ser: mi ex tiene un viaje de trabajo durante toda la semana y no podrá llevarla ni al ensayo general ni al festival. Maravilloso todo. Después me entero de que el ensayo general lo van a hacer el domingo a las 8 h. de la mañana … jajaja, será broma ¿no?. Pues no. Tiene que ser antes de que el skating abra al público (por la tarde abren a partir de las 18 h pero hacerlo a las 16 h. debe ser demasiado poco absurdo para ellos, que optan al premio mongolito de oro). Me pillo un berrinche porque hay que ser mmmuy hijo de puta, pero al final, y por la nena, acato. Qué voy a hacer si no.
Intentando quitarle drama al asunto pienso, tonta de mi, que puedo llevarla y estar en la cafetería del lugar, pipeando mientras desayuno tranquilamente, pero no. Llegamos las dos con ojos de mapache y cuando me dispongo a apoltronar ricamente mi pandero después del madrugón, aparece la coordinadora (a la que yo llamo cariñosamente “Dientes de sable” porque aparte de fea y antipática, cuando abre la boca da miedo)  y nos echa a todos los padres diciendo que no podemos ver nada porque si no, no será sorpresa. Hala, a la puta calle y vuelve en un par de horas y ni se te ocurra llegar tarde que tengo cosas que hacer, qué mala sombra tiene la pobre. Después de dos interminaaaaables horas de parloteo insulso con otras madres que me han liado para hacer tiempo en el bar, voy a recoger a mi ratón y cuando le pregunto “qué tal” me responde un pffffffffffojosenblanco como diciendo “un coñazo, mamá”.   Esto no pinta bien. Si es que no sé porqué coño no le hago caso a las señales del cosmos.

Llegamos así al día del puto festival, en el que servidora padecía un bonito y reconfortante síndrome premenstrual. Igual aquí debería puntualizar a qué me refiero cuando hablo de síndrome premenstrual, por si cupiera la posibilidad de que pensárais que me estoy refiriendo a un simple dolorcillo ovárico y algo de hinchazón. Nananah, ni por el forro. Sí, los ovarios, las tetas y la cabeza te duelen y estás hinchada como un odre, pero todo eso después de 30 años de experiencia sería casi llevadero si no fuera porque va acompañado (y desde que he cumplido los 40, más) de un tremendo y atroz sentimiento que solamente puedo describir como EL ODIO: titular genuino, único, mayestático y en negrita. No se trata de una cierta irritabilidad, ni de una propensión a la réplica, ni tan solo de una inclinación por la polémica punzante y el tocagüevismo (lo cual sería, en todo caso, algo como muy femenino). No. Estamos hablando de un lanzallamas en las córneas. De unas poco reprimibles ganas de tocarte las palmas directamente en la cara. De un desprecio total por el talante ajeno y de una querencia absoluta por la beligerancia propia. Hablamos, en resumen, de un sanguinario, flamígero y auténtico instinto asesino. De los que tiembla el misterio.
En este estado estaba yo cuando aparezco con mi niña en el skating, después de toda una gimcana en la que la he salido del curro, he pasado por casa, he recogidos los patines, la chaqueta y los guantes, he ido a buscar a la niña al cole, me he peleado con ella porque lleva shorts y no pantalones largos como le había dicho que se pusiera como unas veintisiete veces  antes de irme a currar, “mami, ets molt pesada”,  he vuelto a casa aguantando a una niña morruda y resoplante para que se ponga los putos pantalones largos, y hemos llegado al skating a la hora de siempre, sudando la gota gorda y con la lengua fuera. Pues bien, llegamos y todo cerrado. Miro a la niña, la niña me mira a mi, le pregunto “¿era hoy, no?”, ella levanta los hombros al más puro estilo “y a mi qué me cuentas”, me acuerdo de su santo padre que hacía lo mismo y cuando procedo a cagarme en el puto código genético, aparece Dientes de Sable por detrás de la puerta de cristal y dice:  “hasta las siete no podéis entrar”. Vuelta y adiós.

Miro el reloj y son las cinco y media. 

No nos da tiempo de volver a casa, así que nos vamos, cargadas con las trescientas bolsas, a la biblioteca de 4 calles más arriba, en la que mi hija aprovecha para leer cosas claramente inferiores a su capacidad intelectual, y yo aprovecho para hacer la declaración de la renta. Cuando ya se me ha colgado el puto ordenador de la biblioteca tantas veces que mi síndrome premenstrual ya me está gritando que lo incendie todo, miro el reloj y faltan diez minutos para las siete. "Coooooooorreeeeee, ratolí, que llegamos tardeeee". Agarramos las 300 bolsas y nos vamos corriendo calle abajo para llegar al skating, en la que una nube humana de padres tapona la puerta. “Qué pasa” pregunto, “nada, que hay cola para entrar en el vestuario” me contesta una de las marus. “Perdona, ¿cómo dices?, ¿cómo que hay cola, esto no comienza a y cuarto?” … la otra se encoge de hombros y me contesta con una sonrisa de “mujer, cómo te pones”. Voy hacia la puerta y una de las profes está en la entrada del vestuario y no deja entrar a nadie, “primero los más pequeños y al final los más mayores, los disfraces están dentro, si podéis irles poniendo fuera las medias y el maquillaje, después al final ya repasaremos los peinados”.  Un momento, que lo estoy flipando, del disfraz me parecía recordar que nos habían cobrado algo a principio de trimestre, pero del resto ni flores. ¿Qué medias? ¿qué maquillaje? ¿qué peinado? … me giro para mirar a mi niña y lleva unos pelánganos de Krusty el payaso que harían llorar al mismímimo Llongueras y yo ni llevo maquillaje en el bolso ni un triste peine, y mucho menos unas medias color carne, no me jodas. Mi hija tampoco sabe nada, del zoquete de mi ex-marido mejor ni me preocupo, tiene memoria de pez para estas cosas, así que me adelanto a hablar con la tipa y le expongo, respirando hondo, que mi niña no sabía nada de eso y que no hemos traído nada. Respuesta: “pues dimos un papel explicándolo todo hace quince días, tendrás que ir a comprar unas medias porque no va a ser la única que va distinta, sino no podrá hacer el festival. O que vaya sin medias”. 

Sonriendo y masticando mis palabras con poco disimulada furia, suelto: “No me has entendido:  no sabíamos nada porque nadie le dijo nada A LA NIÑA, que es la que va a hacer el festival. Hemos estado haciendo tiempo durante hora y media, y AHORA no voy a ir a comprar ni unas medias, ni un peine, ni absolutamente nada, ¿vale?. Esto es patinaje, no un pase de modelos, y hace mucho frío, mi hija irá con las mallas negras debajo del disfraz de Blancanieves hortera que les estais haciendo poner, Y QUE ADEMÁS HEMOS PAGADO. Y PUNTO”.  No sé qué cara debí poner yo porque no se atrevió a contestar, bajó la cabeza y dijo “vosotras mismas”, así que nos pusimos en la cola mientras veía cómo cuchicheaba con Dientes de sable lanzándome miraditas. Anda y que os zurzan, pensaba yo.
45 minutos después todavía estábamos en la cola. No sé si habéis estado nunca en un skating pero hay hielo (soy la reina de la obviedad), o sea, que la temperatura está como poco a 0 grados. Entre el síndrome, la inutilidad reinante y el castañeteo de dientes de mi retoña, me estaba entrando una mala hostia que a punto estuve de liarla parda. A todo esto, los padres que ya tenían a sus niñas vestidas, fueran tomando posiciones para que los que quedamos al final, directamente, tuviéramos que calzarnos unos zancos para ver algo. Estaba todo superbien organizado, como véis. Una hora después de la teórica hora de inicio en la puta nevera, suena una musiquita y aparecen dos profesores vestidos de príncipe y princesa, que nos hacen un baile de demostración. Pues vale, gracias, pero no he venido a veros a vosotros, ejem. A los 15 minutos todavía estaban bailando los mismos, pero es que después salieron otros dos, ¡y después otros dos! y yo solamente hacía que mirar a los pobres niños sentados en el banquillo, vestidos con trajes de manga corta y pelándose de frío en el que se supone era SU festival. A la media hora larga de soportar las putas demostraciones de todo el claustro profesoril, aparece la primera alumna (que debe ser aventajada porque le han montado un numerito para ella sola), y ahí ya a los padres se les hace el culo pepsicola y empiezan a aplaudirlo absolutamente todo. La niña al ver la reacción de SU público, se crece y empieza a mostrarnos todo un estudiado catálogo de mohínes, sonrisitas y movimientos de pelo de lo más repelente, esta niñata es la típica creída que a los 13 años  todos hemos tenido en el pupitre de al lado, pero al parecer eso solamente lo vemos mi síndrome y yo, que internamente abrazamos la esperanza de que se caiga y se deje sus preciosos dientes en el hielo. No tenemos suerte esta vez.
Cuando llevamos más de una hora de festival, ahora sí, aparecen los alumnos. Hacen un numerito TODOS los grupos juntos a la vez, unos 50 niños que haciendo dos vueltecitas al ruedo en fila india por la pista hasta llegar al  fondo mientras suena la canción de los enanitos de Blancanieves. A mi hija no me cuesta reconocerla, es la única que va despeinada, con mallas negras y cordones fluorescentes en los patines, es el toque grunge que todo Disney debería tener. Me intento hacer un hueco entre los codos afilados de la concurrencia para ver, ahora sí, a mi vástaga, cuando compruebo que se acaba la canción y que a una señal, ¡los niños vuelven otra vez a su sitio para que sean los profesores los que continúan con el número!. Me sorprendo tanto que se me escapa un SÍ HOMBRE en voz alta. Algunos se giran para mirarme, así que me veo un poco forzada a explicarme:  “esto es una estafa, ¿no lo veis?, ¿qué festival infantil es éste si los niños ni siquiera han salido ni han patinado nada?” … nadie responde a mi -a todas luces- evidente apreciación, después os extrañará que en este país de borregos salgan los que salen, no me jodas.

Lo mejor es el número final. Salen todos a bailar una canción de Bollywood, una como la del baile final de Slumdog Millionaire, ¿me podéis decir para qué narices hay que llevar patines para eso?. Os enlazo el vídeo para que hagáis memoria ...

Promedio, 5 horas de nuestra vida perdidas y principio de congelación. Por lo que a mi respecta, el patinar se va a acabar.


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