jueves, 24 de enero de 2013

La Inopia


Había dicho basta. No podía sostener más esa doble vida que la estaba descuartizando por dentro. Llevaba mucho tiempo mintiendo a su marido, a su familia, a (casi todos) los amigos...y lo peor, o lo que en parte había desencadenado la necesidad de poner fina a esa situación, era que había empezado a creerse sus mentiras.
No le temblaba la voz cuando una llamada de su marido interrumpía una supuesta reunión de trabajo y ella le espetaba secamente "estoy ocupada, ¿no puedes esperar a que llegue a casa?". Engarzaba cuidadosamente historias y excusas que no levantaran la liebre y que puediera utilizar indistintamente en función de la situación, tanto con unos como con otros.

Vivía parte del tiempo como había escogido hacerlo hacía años, con esa persona que quería pero por la que sentía cada vez menos atracción, en esa casa en la que se sentía cómoda pero a la que le costaba regresar muchas noches, compartía vivencias con esos amigos que con el paso del tiempo quedaban pocas cosas que les unieran... Se enfundaba ese personaje todos los días y vivía como todos esperaban que lo hiciera.
Y luego tenía ese espacio vital no compartido, furtivo. Esos momentos de sentirse deseada, de inventarse viajes de trabajo para poder ir a follar a cualquier sitio con un amante cualquiera, o simplemente para dormir sola en un hotel de su ciudad. 
Esta situación ambivalente la había vivido sin problemas los últimos tres años. Al principio incluso le excitaba solo la idea de ser descubierta, aunque tuviese mucho cuidado en intentar evitar que eso pudiera ocurrir. No era ajena al dolor  que eso podía comportar, pero tampoco había sido el freno para parar.

Si aquel día su cita no la hubiese dejado plantada en la cafetería del hotel donde habían quedado, probablemente no habría tomado esta decisión de poner fin a once años de matrimonio. ¡Cuántas veces había salido este tema en las cenas de amigos! ¡Cuántas veces unos y otros habían fantaseado con lo que harían de saberse cornudos! 
Y mientras esperaba en la barra, a esa cita impuntual que nunca llegó, vio salir a Natalia del ascensor. Le vinieron a la cabeza las reflexiones de Carlos, el marido, la última vez que cenaron juntos y salió este tema en la conversación. "No creo que me engañe con nadie. ¡Pobrecita, si no tiene tiempo!. Entre el trabajo, los niños, la casa, ocuparse de sus padres... Que no, que no... además nosotros estamos bien, como pareja estamos bien". En aquel momento no puso en duda sus palabras, nada le hacía pensar que no fuese así. Pero ahora tenía a Natalia ante sus ojos, derritiéndose en carantoñas en brazos de un hombre que no era Carlos.

Pensó en Carlos, pensó en su marido, y se vio reflejada en esa imagen que acababa de protagonizar su amiga. No era justo lo que estaba haciendo, y además de no serlo estaba harta de fingir, de inventar, ya no sentía ningún cosquilleo con el riesgo... había convertido en normal su desdoblamiento. Le dolía en el alma hacerle daño a su marido pero era necesario dejar de mentir. Después de tres años convirtiendo su matrimonio en una estafa creyó que le debía la posibilidad que él pudiera escoger vivir, quizás, una vida que también pudiera gustarle más que la que compartían. Sí, iba a dejarle, sin ahondar mucho en los motivos, sin contarle toda la verdad, dejarle para que él pudiera ser también libre.

Y esa noche, después de recoger los platos de la cena, en su nueva casa más pequeña, más vacía, se reía sola con la copa de vino en la mano. Sacó el móvil del bolso y por enésima vez leyó el whatsapp que le llegó unos días después del incidente de Natalia y que había abierto la caja de los truenos. "Tenemos que hablar. Hoy. Esta noche. No pongas excusas y ven a la hora de cenar". Y esa noche que no puso ninguna excusa y fue a cenar a su casa, deseando tener valor para decirle que ya basta, se encontró a un hombre desconocido que había tenido el valor de juntar las fuerzas suficientes para decirle que no podía más, que llevaba más de tres años saliendo con otras mujeres, que aprovechaba todos sus viajes de trabajo para coleccionar amigas, que no quería seguir engañándola. 
Borró el mensaje, firmó los papeles que le había mandado su abogado y se fue a dormir sola.

2 comentarios:

  1. Muy bueno. Tan triste como real. Me ha gustado mucho, el terrible miedo a estar solo. Supongo que sólo quién se sincera consigo mismo, sólo quién se quiere, quién se respeta, y quién le apetece pasar tiempo consigo mismo, puede luego hacer todo eso con el otro.

    Muuua!

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  2. La verdad es que follar con la amiga de tu novia en la habitación de al lado, cuando la novia se ha dormido, pone mucho. Luego viene la respuesta, claro, pero los cuernos solo son un exceso de calcio.

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