domingo, 24 de noviembre de 2013

Jodido y estúpido rencor

Cuando murió mi madre me prometí que no dejaría que nadie más se muriese sin haber dejado las cosas claras conmigo. Que no permitiría que alguien, en vida, no apreciase mi afecto si existía.
Y no lo he cumplido.

Carmelo fue uno de mis mejores amigos. Una de las personas que más creyó siempre en mí, en mis posibilidades de hacer todo lo que me llegara a proponer. Creo que ha sido, hasta la fecha, la única persona que me calificó de "brillante".
Por supuesto cuando alguien tiene expectativas sobre otro alguien, éste puede decepcionarse cuando no se cumplen. Era infatigable, tenaz, testarudo, con un humor de perros... y por encima de todas las cosas jamás se rendía.

Le conocí en la universidad. Era un profesor exigente y cercano a la vez. La tarea que más le gustaba era ser tutor. Se emocionaba con sus alumnos, les guiaba, les reñía, les alentaba...Sus maneras te podían gustar más o menos, pero si algo tenía es que no te dejaba indiferente.
Un día coincidimos en el bar y me explicó que él había sido analfabeto hasta los 27 años. Le miré atónita porque me parecía imposible que alguien hubiese podido ser capaz de hacer semejante sprint en el mundo del conocimiento. Me contó como había se había sacado el graduado escolar en solo dos años, e inmediatamente caí rendida ante ese gran personaje. Luego ya fui sabiendo que había sido pastor desde pequeño en su León natal, que pasó gran parte de su vida sin apenas cruzarse con humanos. Más tarde empezó a montar torres de alta tensión y en esos trabajos solitarios creó su propio universo.
Un día, estando subido a un poste sintió "la llamada", como él decía, pero no del Señor. Decidió que quería ser antropólogo y dar clases en la universidad.

Se apeó de los pastos y los postes y consiguió todo cuanto se propuso. Puedo decir que yo fui una de sus alumnas preferidas y también la que fue tratada con más severidad. Su siguiente propósito era que yo también hiciera una hazaña. Hizo posible que me contrataran antes de que acabase la carrera para que pudiera ser su ayudante. Me avaló en todas y cada una de las becas que pedí, y cada vez que algún candidato sacaba mejor puntuación que yo pasaba meses sin hablarme. Me castigaba por no ser la mejor.
Pero siempre volvía. Llamaba a la puerta y al abrir me daba un abrazo y acabábamos a altas horas en algún bar borrachos y riéndonos de su mala leche.
Apostó por mí en un trabajo para el que había hostias y mejores currículums que el mío. Consiguió un convenio con la cárcel Modelo para que nos dejaran filmarla y entrevistar a quien quisiéramos. A cambio debíamos dar clases de vídeo y fotografía social a los reclusos que entraran en el programa de reinserción. Fue, sin lugar a dudas, una de las experiencias más increíbles de mi vida. Durante 9 meses y una vez por semana íbamos juntos a la cárcel, y siempre al salir me cogía del brazo, me daba un beso en la mejilla y me decía "nadie haría mejor que tú este trabajo, niña. Te invito a comer".

No suelo pelearme con nadie, ni soy faltona, ni de insulto fácil. Pero con él la relación era difícil y solíamos tirarnos los trastos a la cabeza con bastante frecuencia. Me reñía, me chillaba y perdía los papeles con facilidad. Harta de tanto despotismo un día le grité y le mandé a la mierda y ahí se dio cuenta de que había traspasado la raya y me confesó algo que no llevaba nada bien. "Soy diabético, no me cuido mucho, y a veces tengo bajadas y subidas de azúcar que me ponen un poco airado. Te pido disculpas". Aprendí a tratarle cuando le daban esos ataques iracundos y a tener paciencia, mucha paciencia. Más tarde también supe que era sordo de un oído y que eso lo había convertido en un desconfiado. Más paciencia y siempre aclarando las cosas cuando me malinterpretaba.

Su suegro, gravemente enfermo y con una demencia incipiente, vino a vivir a Barcelona. Su hija le dio su móvil para que pudiera salir de casa y avisar si se perdía. El hombre se perdía constantemente y al buscar en la agenda, como yo también estaba en la C de Kitty, pues me llamaba. Las primeras veces le decía que se había equivocado y que tenía que llamar al número de encima mío, que era el de su yerno. La demencia incipiente pasó a ser galopante en muy poco tiempo. Así que un día llamé a su yerno para comentarle que llevaba un tiempo redirigiendo las llamadas de su suegro, pero ese día había marcado mi número más de tres veces.
Me he preguntado una y mil veces por qué le sentó tan mal que yo le dijese que su suegro tenía que estar mejor monitorizado. Desde ese día dejó de hablarme. Intenté, infructuosamente, que me explicara qué le había hecho tomar esa decisión, pero no quiso decírmelo.

Los años fueron borrando la tristeza de la pérdida de un gran y queridísimo amigo. De vez en cuando coincidíamos en alguna lectura de tesis de algún colega, por los pasillos de la universidad cuando iba a ver a mis antiguos compañeros del departamento...pero nunca saqué más que un saludo con la cabeza.
Hace apenas unos meses supe que estaba muy enfermo. La diabetes le había jodido bien la vida. Cuando me dijeron en qué estado se encontraba, languidecí. Mi interlocutor se quedó jodido y se excusó diciendo que creía que estaba enterada de la situación, que si me apetecía podía ir con algunos ex-compañeros a visitarle.
No fui. Sabía que su jodido carácter no le permitiría verme. Pero sí llamé, y no iba desencaminada, su mujer, muy amablemente, me dijo que no iba a ponerse al teléfono. Antes de colgar le pedí que le dijera que, aún no entendiendo el motivo de su alejamiento, le quería y que siempre iba a estarle agradecida por todo, pero sobretodo por haber tenido la oportunidad de conocerle.

Ayer supe que hace escasamente un mes que murió. 
Y ya me perdonarás Carmelo, pero te equivocaste mucho no dejando ni que viniera al entierro. Tú sabrás por qué, pero yo me quedo con una tristeza renovada muy injusta.

6 comentarios:

  1. Lo siento reina. Me habías explicado la historia con este hombre y sé que te afecta.
    No hiciste nada malo.
    Quédate con eso y con los buenos recuerdos.

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  2. Si yo me pongo en tu lugar y tal y como tú hiciste, respetaría su decisión. Pero eso no evitaría que yo estuviera cagándome en su estampa durante un buen tiempo. Cosas de la amistad, que incluso resulta incomprensible hasta para aquellos que la han vivido en primera persona.

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  3. Lo peor casi de la muerte ajena son las cuentas pendientes, pero cuándo no hay...

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  4. Nah...tranquila, mujer, algún día, espero que muuuuy lejano, podréis limar asperezas en algún garito por ahí abajo.
    Y en caso de que te canonicen y asciendas al reino de los cielos, él se lo pierde.
    Cuesta, pero hay que procurar zanjar.

    Kisses, darling grinder grijander Kitty.

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