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*No pude resistirme a agenciarme este cartel en cuanto lo vi |
No tengo ni idea de si en los establecimientos suelen hacer uso del llamado "derecho de admisión" o, si por el contrario, se reservan las ganas de aguantar a ciertos individuos en ellos. Lo digo porque a mí nunca me han echado, por raro que parezca, aunque reservas y motivos alguna vez he provocado.
Pues desde aquí os digo que tener un cartel colgado y bien visible (lo manda la normativa municipal) que anuncia con cariño y educación que está "Reservado el derecho de admisión", da una fuerza y un coraje para ejercer lo que en él reza que bien bobos son los que no lo practican.
A ver, no es que mole decirle a alguien que no quieres atenderle, o al menos no mola siempre, pero te da un subidón, un venirte arriba cuando le puedes decir a un energúmeno que se puede ir a cagar a la vía que... que me he aficionado. En solo seis meses haciendo de mesonera ya he hecho uso de este derecho, si no recuerdo mal, en tres ocasiones.
Desde hace tiempo pululan por el barrio unas hordas de imbéciles disfrazados con trajes muy horteras que se identifican como "los salvadores para tener una factura de Endesa que se ajuste a las necesidades del usuario/a". Son arrogantes, mal educados, chillones e invasivos. Supongo que para hacer de comercial a puerta fría esos son adjetivos necesarios, pero a mi me dan un asco infinito. Hace unos meses decidieron utilizar mi negocio como su oficina y eso sí que no. La empresa choriza para la que trabajan los suelta en la calle y los tiene ahí todo el día pateando y puteando a todos los damnificados usuarios de energía eléctrica. Juntaban las mesas, se sentaban una docena y consumían 3 aguas y un refresco. A cambio utilizaban el lavabo (dejándolo echo unos zorros), me pedian continuamente cargar sus móviles y tablets, dejaban sus mochilas como si fuese un guardaropa... y al marcharse tenía las mesas llenas de papeles sucios de aceite de sus bocatas caseros, bricks de zumo que traían en sus mochilas, envases de yogures...
Al tercer día de producirse esa situación y habiendo mantenido una relación tensa y hostil los dos días anteriores, no les permití sentarse y les invité a hacerlo en el banco que está justo enfrente y que al lado tiene una fuente preciosa (¡¡¡ que funciona!!!).
Han intentado en diferentes ocasiones volver a sentarse en la terraza prometiendo consumir y la respuesta que han obtenido es "No. A cagar a la vía".
Los graciosillos que se pasan de listos también pillan en mi local. El camarero que trabaja conmigo se descojona y se frota las manos cuando ve alguno de ellos, ya sabe que saldré al ataque. Había un tipo que venía, que obviamente no ha vuelto, que tapaba su mala educación llamándola "humor sevillano". La última vez que fue atendido por mi tuvo la mala fortuna de hacer un alarde de "humor sevillano" que quizás yo no supe interpretar. Al pagar el café con leche descafeinado de sobre (mira que hay que ser desgraciado para beber eso) se dedicó a pagarme con monedas de uno y dos céntimos tirándolas a la barra. Cuando le pareció que había suficientes me dijo "anda niña, cuéntalo y casi creo que hay propina y tó". Con mis adorables manitas hice un montocito se lo puse delante y acto seguido retiré la taza para que no pudiera beber ni un sorbo. "¿Qué pasa niña?". La niña ni le mira ni le contesta. "Trae la taza niña que se va a enfriar la leche, coño". La niña le mira mal (muy mal) y le comenta que no se va a beber ni ese café ni ninguno más. "Putas catalanas que no entendéis el humor sevillano". Puta gracia me hace el puto humor sevillano. A cagar a la vía.
La comunidad rusa que se ha instalado en el mismo edificio del bar y en los aledaños tampoco es santo de mi devoción. Desde que vi Promesas del Este siento un enorme recelo hacia ellos. De todos modos solo una ha dejado de ser atendida por la que aquí subscribe. Venía a las ocho de la mañana a ponerse ciega de carajillos. Se sentaba en la terraza y aporreaba el cristal para que saliera a atenderla. Tenía el peor carácter que yo haya conocido jamás. Salía a la terraza y me vociferaba con voz cazallera "Un carajillo de coñac YA". En una hora podía tomarse unos seis o siete carajillos y su mal humor iba en aumento. El último día que tuve el placer de tenerla como clienta me dijo "Cóbrame!" Le dije el importe y vi que cogía el monedero, así que me esperé. "¿Qué miras?". Pues mirar, no miro. Estoy esperando a que me pagues para no hacer tropecientos viajes. "Tú harás todos los viajes que me salgan del coño". La tipa volcó lo que había en el monedero y entre las monedas cayó una muela encima de la mesa. Ahora sí que no sabía donde mirar. Me pagó y cuando volví a salir a darle la vuelta retiré el último carajillo aún intacto y le pedí que se largara. Nunca haré lo que te salga a ti del coño. A cagar a la vía.
Pero bueno, sé de ciencia cierta que 9 de cada 10 clientes me recomiendan. Soy tan querida como los dentistas.
Los graciosillos que se pasan de listos también pillan en mi local. El camarero que trabaja conmigo se descojona y se frota las manos cuando ve alguno de ellos, ya sabe que saldré al ataque. Había un tipo que venía, que obviamente no ha vuelto, que tapaba su mala educación llamándola "humor sevillano". La última vez que fue atendido por mi tuvo la mala fortuna de hacer un alarde de "humor sevillano" que quizás yo no supe interpretar. Al pagar el café con leche descafeinado de sobre (mira que hay que ser desgraciado para beber eso) se dedicó a pagarme con monedas de uno y dos céntimos tirándolas a la barra. Cuando le pareció que había suficientes me dijo "anda niña, cuéntalo y casi creo que hay propina y tó". Con mis adorables manitas hice un montocito se lo puse delante y acto seguido retiré la taza para que no pudiera beber ni un sorbo. "¿Qué pasa niña?". La niña ni le mira ni le contesta. "Trae la taza niña que se va a enfriar la leche, coño". La niña le mira mal (muy mal) y le comenta que no se va a beber ni ese café ni ninguno más. "Putas catalanas que no entendéis el humor sevillano". Puta gracia me hace el puto humor sevillano. A cagar a la vía.
La comunidad rusa que se ha instalado en el mismo edificio del bar y en los aledaños tampoco es santo de mi devoción. Desde que vi Promesas del Este siento un enorme recelo hacia ellos. De todos modos solo una ha dejado de ser atendida por la que aquí subscribe. Venía a las ocho de la mañana a ponerse ciega de carajillos. Se sentaba en la terraza y aporreaba el cristal para que saliera a atenderla. Tenía el peor carácter que yo haya conocido jamás. Salía a la terraza y me vociferaba con voz cazallera "Un carajillo de coñac YA". En una hora podía tomarse unos seis o siete carajillos y su mal humor iba en aumento. El último día que tuve el placer de tenerla como clienta me dijo "Cóbrame!" Le dije el importe y vi que cogía el monedero, así que me esperé. "¿Qué miras?". Pues mirar, no miro. Estoy esperando a que me pagues para no hacer tropecientos viajes. "Tú harás todos los viajes que me salgan del coño". La tipa volcó lo que había en el monedero y entre las monedas cayó una muela encima de la mesa. Ahora sí que no sabía donde mirar. Me pagó y cuando volví a salir a darle la vuelta retiré el último carajillo aún intacto y le pedí que se largara. Nunca haré lo que te salga a ti del coño. A cagar a la vía.
Pero bueno, sé de ciencia cierta que 9 de cada 10 clientes me recomiendan. Soy tan querida como los dentistas.