La vida campestre da mucho de sí, amigos, esa es la verdad. Está plagada de momentos mágicos, de tonterías deliciosas. La última pasó este jueves. Estábamos la banda de "Cal Mus" tomando una cerveza en la terraza del bar del pueblo después de haberle dedicado un rato a nuestro huerto fraternal. A pareció M., un chaval de unos 15 años, alto y guapo, con cara de tímido. Por sus hombros se paseaba dando saltitos un pajarillo vulgar, sin pretensiones, un pájaro cualquiera de esos que alguna de mis gatas se come de vez en cuando, para no olvidarse de su condición felina. Asombrados de que no saliera volando le preguntamos qué estaba pasando allí, cómo era posible aquello. El pajarillo cierto día cayó de su nido y aún no sabía volar. Ellos lo recogieron y estuvieron dándole pan mojado con leche durante días y días. Sobrevivió, de eso hace ya dos años, DOS AÑOS. Desde entonces, el pajarillo no ha querido volar lejos, se les pasea por hombros y brazos como si fuese uno más de la familia, deambula por la casa, lo llevan suelto en el coche, es libre y no tiene jaula. El Primo y yo, claro está, boquiabiertos como siempre (qué bien hicimos dejando la ciudad, Primo). El animalito sólo se deja tocar por ellos y con los ojos como platos vemos cómo le limpia los dientes con su pico en un momento que M.sonríe, como si se tratara de uno de esos peces que limpian a otros o un os monos despiojándose. De pronto pienso en mis gatas, en lo libres que son de decidir en qué momento van a venir a verme, a pedirme un arrumaco o que les de de comer. Se van, pero vuelven, siempre porque ellas lo deciden, como el pajarillo que no quiere volar lejos de aquellos que le quieren. No me gusta la palabra dueño, ni amo, ni señor. Prefiero que siempre hablemos de coexistir, cohabitar, convivir, nunca de pertenecer, encerrar ni obedecer. Las relaciones entre seres vivos siempre deberían ser de respeto e independencia.
Qué gran razón tienes.
ResponderEliminarConmigo conviven dos gatos, que en su día fueron tres. Uno de ellos lo recogí en la calle, siendo más pequeño que la palma de mi mano. No maullaba sino piaba del hambre que debía llevar. Le dí cobijo, comida y atención y desde entonces somos prácticamente inseparables (al curro no se viene el muy vago).
Cuando salgo a la calle me sigue, cuando estoy en casa está sentado casi siempre o en mi regazo o a mi lado. Me acuesto con él a mi lado y me despierta a lametazos cuando suena el despertador. Especialmente si lo apago y me echo otra vez a dormir. Toda una relación.
Cuando estamos en la calle siempre hay alguien que al pasar y vernos jugar o pasear me pregunta ...
- ¿Es tu gato?
A lo que yo contesto:
- No, pero vive conmigo
Se lo recomiendo yo también a cualquiera.
Debo decir que yo viví con gran tristeza el encierro del gato en un piso, me hubiera gustado que fuese libre. Libre de decidir sí era conmigo con quien quería estar. Pero los de ciudad no podemos permitirnos eso.
ResponderEliminarPero a pesar de todo, el muy borde, siempre me quiso y me esperó con impaciencia. Animalicos!!!!
N, qué bonita esa respuesta...en realidad nadie pertenece a nadie, aunque a veces nos lo creamos. Sin duda, menos que nadie, los felinos.Quienes tengan gato sabrán de qué les estamos hablando.
ResponderEliminarMi gata me despierta por las mañanas, se arremolina conmigo por las noches y me deja cacas-protesta por el pasillo si la dejo sola el fin de semana ...
ResponderEliminarAparte de los hijos, ¿quien te va a querer de una manera TAN incondicional?