Hace unos años, el resto de másqueperras y yo tuvimos la fortuna de toparnos con una peli porno, de cuyo nombre no quiero acordarme (ni quiero ni puedo, qué coño), pero que estoy segura que recordaremos siempre con cariño. No contaba una historia especialmente original, más bien al contrario: se trataba de un tipo convenientemente ataviado de bata blanca y fonendo, haciendo de médico y rodeado de pseudo-enfermeras tetudas y pacientes ninfómanas a las que se acababa follando por todos los orificios del cuerpo. Argumento manido y tópico donde los haya. La escenografía también era pero que muy cutre, se habían limitado a poner de fondo una cortinilla blanca y una camilla delante, y hala, se supone que ya estábamos en el interior de una clínica. Y a los actores/actrices no les conocía ni el tato ... al hombre todavía se le notaba un interés en la ejecución y eso, pero ellas ponían cara de estar pensando en la lista de la compra. En resumen: que era una peli malísima que ni siquiera te ponía a tono. Así que ... ¿qué era lo que nos hacía ponerla una y otra vez para acabar llorando de risa y con agujetas hasta en las pestañas? ... y no amigos, no eran las drogas. Me refiero a esa faceta tan poco reconocida: EL DOBLAJE.
El tipo que dobló esta película al castellano era un auténtico FENÓMENO. Era un delirio ver culear a un rubiales de Wisconsin detrás de una jaca con la incofundible pinta de Barbie Destellos que tienen todas las actrices porno americanas, mientras le escuchabas decir cosas como: “toma mi polla ... como una olla” o “cuidao con ese tacón, que me vas a sacar un ojo ...”. Era obvio que en la versión original en inglés, el actor que estaba follando en la película no soltaba esas perlas tan autóctonas, tan de aquí ... eso era cosa de ese pedasooool de doblador. Desde aquí mi más sincera admiración para ese GRAN PROFESIONAL, espero que la vida le haya regalado tantas carcajadas y alegría como la que él nos proporcionó en aquel tiempo.
Y a qué viene todo esto, os preguntareis. Pues bien, viene a cuento porque ayer, en una charla descacharrante donde las haya, me enteré de que una chica a la que conozco, actriz en funciones infantiles, en sus inicios y para sacarse unas perrillas, estuvo haciendo doblaje de cine porno durante un año. Y me dijo que había sido la mejor escuela de improvisación que había tenido.
Hay un mercado de porno incontable, y casi todas las productoras tienen que lanzar al mercado tal cantidad de películas extranjeras que no tienen casi tiempo de doblarlas. Mucho menos de guionizarlas ni de traducirlas del búlgaro, del ruso, o del idioma primigenio en que estén rodadas. Por tanto, la cosa va tal que así: alguien visiona la película, y ¿que hay uno con camisa azul, una petarda en picardías y de repente entra otro con cara de mala hostia? pues nada, muy fácil: la historia va de una señora que llama al fontanero para que le arregle un grifo y cuando le ve el paquetorro tan bien dotado se pone como una moto, se lo trajina encima del bidé y en esas entra el marido cornudo, que con tanta calentura, y aún sin querer, se pone tó burro y ¡halaaaa! ¡trío que te crió!. Da igual que en la versión original ellos dos sean gays y ella la bruja que les quiere redimir de la sodomía, o que el director les haya hecho recitar a Petrarca mientras fornican ... es inútil: en el resto del mundo no se va a saber.
Para más INRI, resulta que en los doblajes, y mientras dura el sexo explícito, lo que dicen los actores no está guionizado, sino que a los dobladores les aparece escrita en sus notas la partícula Ad lib (Real Academia de la Lengua- ad líbitum: loc. adv. A gusto, a voluntad). Y es ahí donde gimen, gritan o aúllan todo lo que les inspire la escena, sin filtros, sin censura y sin dirección. Lo que les venga en gana y cuánto más marrano mejor.
Mi amiga me contó que en esos momentos se te va mucho, pero que mucho la olla. Que había tenido que parar la grabación por accesos de risa irrefrenables en multitud de ocasiones. Que ella, en el fragor de la batalla, se había descubierto a sí misma soltando unas obscenidades que ahora, con más años y más experiencia, la hacían sonrojar ... Pero que la mejor, la mejor de todas, la que les hizo descojonarse durante horas, fue aquella en la que a su compañero, al doblar al actor con el miembro en ristre delante de un culazo en pompa, le dio por soltar: “Te voy a poner el culo como la bandera de Japoooón”.
Mítico.
Por favor, pago a quien sea lo que sea si alguien ha visto la película y me dice dónde encontrarla.
Joeeeerrr!!! Qué bonito era ver las pelis en manada, qué risas hasta caernos las lágrimas. Y qué fenomeno de tío el Doc. Gran época esa de cineformum porno.
ResponderEliminarPor cierto, ya que te ofreces tan generosamente a recompensar por tan educativo film, ¿lo compartiremos como antaño?
Creo que es la primera vez que leo un latinajo en un post sobre porno. Me refiero a un latinajo que no significa usar la lengua contra alguna parte del cuerpo, claro.
ResponderEliminarKitty, ya sabes que contigo lo comparto TO-DO
ResponderEliminarGordi, qué alegría verte por nuestro blog. Espero verte más veces por aqui ...
El DOC era un fenómeno, pero el LSD también ayudaba a verlo con buenos ojos, no nos engañemos, amigas...de todas formas, don't forget LONG DAN SILVER!!!!!!
ResponderEliminarHola,
ResponderEliminarEchando un vistazo por tu blog me he encontrado con esta entrada y me he reído tanto, tanto que me salen las lágrimas... me ha encantado...
Tengo una amiga que hace/hacía doblaje también ... pero no le pasaban estas cosas, lastima. jajjajaj
Un besazo. Te voy leyendo...
Hello Kamikaze, bienvenida!!
ResponderEliminarLo del doblaje es todo un descubrimiento. Algún día hablaré sobre los delirantes títulos de las pelis. Eso sí que es un filón ...