lunes, 26 de julio de 2010

Sevilla

Este fin de semana he estado en Sevilla, otra vez. Y mil veces más volvería, aunque el calor me fundiera el cerebro y me licuara por dentro dejando un charquito de mi a cada paso, evaporada hasta quedar en nada. He estado a punto, que conste: 45 grados a la sombra y subiendo ... pero los paso con gusto y arrojo porque esta ciudad me enamora los sentidos de tal manera que cada vez que marcho pienso “en cuanto llegue a casa me busco un vuelo barato para volver cuanto antes”.


La cuestión es que han sido dos noches de tapas, cervecitas heladas y mucho barrio de Santa Cruz. Ya sé que pensareis que todas mis salidas son de un lúdico-festivo que echa de espaldas. Efectivamente. Que la vida son cuatro días y los dos del medio tenemos la regla. He comido, he bebido y me he reído todo lo que mi cuerpo da de sí.

Aunque lo que me llevo de esta incursión hispalense es que he descubierto algo que sospecho va a apasionarme a partir de ahora. Para escapar del bochorno y por hacer el guiri como D. manda, nos metimos en un tablao flamenco: 4 catalanes sin repajolera idea de diferenciar una bulería de una soleá, rodeados de turistas igual de perdidos que nosotros (¡¡menos los japoneses!! ¡¡menuda cultura flamenca tienen los tíos!!), y con la única intención de echar la tarde. En parte porque era típico y sobretodo porque en la calle hacía un calor que salían las ranas con cantimplora. Así que 30 euros y p’adentro ... nos colocaron en unas sillitas bajas con una micromesa en la que con trabajo cabían 2 vasos de tubo, y en un hermanamiento tal que no podías ni suspirar por no clavarle la lorza al de al lado ... un rato de jajajás y “menuda horterada” cuando de repente se apagó la luz.

Una guitarra española empezó a puntear, un cante profundo surgió suave y aumentó gradualmente su tonada hasta inundarlo todo con su potencia, y en la penumbra asomó una bailaora. Traje negro, expresión de sufrimiento en el rostro y furia en los tacones.

Me entusiasmó desde el primer momento.

No podía parar cuando empezaron a brotar las lágrimas, me emocioné hasta el tuétano. Me giré en un momento pensando que los cabrones de mis acompañantes me iban a hacer pasar las de Caín con el correspondiente cachondeíto, y me sorprendí al darme cuenta de que estaban igual de embebidos en el espectáculo que yo. Sin tanto moqueo (yo es que soy de lágrima fácil) pero igualmente atrapados.

Fueron dos horas en las unos cuantos artistas se fueron turnando para tocar, cantar y bailar diversos palos: alegrías, soléas, seguiriyas y tientos ... no me digais cuál es una y cuál es otra, todavía no lo sé aunque pienso aprender. Uno de los bailaores me arrebató tanto, tantísimo, que me dolían las palmas de tanto aplaudir. Lloré, palmeé, vitoreé y disfruté hasta decir basta.

Ahi os dejo eso ... no me digais que no pone los pelos como escarpias ...

4 comentarios:

  1. joer, lagarta, cómo vives....pararás algún día? No pares.
    La vida está llena de placeres exquisitos, tanto de nivel terrenal como espiritual..pero una cosa es cierta, admirar ahora a Vicente me ha abierto el alma....por favor, ese hombre me turba, me sublima y me pone cachonda a partes iguales....ya lo sabes.

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  2. Recuerdo ese concierto en el Palau de la Música, de donde salimos levitando. Esa virtuosidad, esa timidez en sus gestos y en sus medias sonrisas, esa humildad en alquien tan grande ...
    Niñas, la próxima porqué no nos vamos pal Sur???

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  3. Me apunto al sur, ya! Pero sin dejar Bilbo en julio, eso no es negociable.

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  4. vamos pal sur, pal norte, pal centro....y pa dentro!!!!!! me apunto a tó....pero por lo más sagrao, no perdamos más la cabesssaaaaaaa q ya no tenemos edad.

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