jueves, 22 de marzo de 2012

La inconstancia del amor


Sara se sentía soliviantada. Los últimos acontecimientos le habían puesto del revés no sabiendo cómo actuar a partir de ahora en adelante. Persona firme en sus actos y convicciones veía tambalearse todo su universo ante una ola de abandonos, inexplicables, por parte de los hombres que aparecían en su vida.
Nadie de su entorno entendía cómo podía afirmar que jamás se había enamorado, que no había sentido nunca la necesidad de amar y mucho menos, todavía, de sentirse amada. La mayoría dudaba de que eso fuese cierto hasta que ocurrió y pudieron comprobar que, ciertamente, nunca antes había querido a sus parejas.
Cuando Sara vio que su proyecto de amor, de vida, de futuro se fundía en negro, creyó morir. Literalmente. No tenía herramientas para afrontar eso, no sabía encontrar el mecanismo que paliara tanto dolor. Supo entonces, en ese justo momento, que amar era, con diferencia, lo más arriesgado que había hecho.
¿Cómo haces tú para liquidar esta historia?. ¿Qué hago con todo lo que me has devuelto?. ¿Cómo sobrevivirás a un mañana sin mi si yo no sé hacerlo sin ti?. ¿Por qué si hay tanto amor y me quieres me has abandonado?. ¿Qué ha ocurrido para que yo dijera basta de mentiras?
La única respuesta que obtuvo fue un "No lo sé. Supongo que tenía que ser así. Acéptalo sin más".

Se encontró con una caja llena de órganos que había regalado generosamente y que ahora tenía que recolocar en su sitio, de allí donde nunca debieron haberse movido.
Para empezar tenía que volver a comer, a dormir y a respirar sin necesidad de ayuda porque lo que quedaba por venir era todavía más duro.
Temió que hubiese partes irrecuperables entre todo aquel amasijo. Que el páncreas segregara tanta bilis que solo fuese capaz de convertirla en una amargada, que el hígado no respondiera a filtrar nada, que los pulmones no pudieran hacer frente a tanto ahogamiento y que, sobre todo, su corazón no fuese capaz de volver a latir dentro de ella.
Demoraba ese autotrasplante porque era lista y sabía que una vez organizada la operación ya nada volvería a ser como antes. Pero lo hizo.
El postoperatorio fue tremendo. Le dolía cada parte, cada esquina y cada recoveco de su cuerpo, pero sobretodo algo que ni siquiera había tenido conciencia de poseer: le dolía el alma.

Un mes, dos, tres, cuatro, cinco... y esbozó una sonrisa. Seis meses, siete, ocho... y soltó una carcajada. Y de repente cayó en la cuenta de que llevaba más de 24 horas sin llorar. Nueve meses, diez, once... y se percató que podía escuchar sus latidos y que ya no sonaban como los de un corazón abandonado.
Las cosas no iban mal, sabía que alguna herida seguía supurando, que las cicatrices eran profundas y permanentes, pero había conseguido salir a flote. Y apareció él, el hombre perfecto. El que sabía regalarle los oídos, el que la hacía sonreír como ninguno, el tipo ideal en todos los sentidos, el hombre capaz de entenderla y saber respetar sus silencios, el que temblaba y se estremecía cuando era consciente de haberla encontrado.
Estaban lejos geográficamente hablando, así que la relación tenía mucho de epistolar, permitiendo que se dijesen cosas bastante ingeniosas. La última vez que él le escribió fue ella quien se estremeció. "Me asusta pensar que pueda haber alguien cuya presencia prefiera a mi soledad", y ya no volvió a tener noticias suyas.
Ayer Sara se hizo un auto by-pass para seguir latiendo.

13 comentarios:

  1. Ahora sólo queda una cosa por delante, y es la FELICIDAD.

    Compartida o en soledad, es como el sexo, SIEMPRE ES BUENA.

    Petons....molts!!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. I know, I know.
      Sabes que si algo soy es petarda y feliz, pero Sara... ella no lo sé.

      Petons... mil!!!!

      Eliminar
  2. "Me asusta pensar que pueda haber alguien cuya presencia prefiera a mi soledad" Siempre tenemos miedo en cierta parte a que llegue esa persona y nos desmonte por dentro, ¿no?. Un saludo y excelente entrada.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Supongo que sí, pero ser más osado, como mínimo, te garantiza cierto vértigo que compartido pasa mejor.

      Gracias por elogio. Un saludo para tí

      Eliminar
  3. El mundo está lleno de cobardes.

    Entre los que me incluyo, claro.

    Un beso

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El mundo es solo de los cobardes, querida. Así que si te incluyes tienes mucho ganado.
      Lo de ser un valiente es una estupidez supina. Pero haylos también.

      Dos besos

      Eliminar
  4. Agridulce,pero hay que seguir,no?.Un beso

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿seguir?, yo diría que es un empezar contínuo. Pero sí, claro que hay estar y sentir.

      Eliminar
  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  6. A mí me asusta que haya alguien que prefiera la soledad a estar contigo, Kitty. Y ahora no hablo de albóndigas, hablo de pan. Del que sobra y falta en cada mesa.

    Me ha gustado el texto, por cierto. Parece claro que lo de hacerte la tonta no era más que un vacile.

    Un besico.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Joder, si me cambias los ingredientes vamos mal. ¿Ahora hablamos del pan y de los que no tienen dientes?

      Creo que soy una tonta selectiva. Acciono la tonteriez cuando quiero. Es una habilidad como cualquier otra.

      ¿Un besico? ¿desde cuando hablas así? Anda, mándame un besazo!

      Eliminar

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails